domingo, 3 de julio de 2011

El ladrón de ilusiones

El ladrón de ilusiones
(Fragmento)

Hubo un tiempo en que tuve muchas ilusiones. Sé que no hay nada extraño en eso y que todos las tenemos. Pero yo se las quitaba a otros y las coleccionaba. Iba por la vida con aire distraído y de repente pasaba un hombre cuya ilusión me gustaba. Entonces, cerraba los ojos muy fuerte y un sueño ajeno, lentamente, se apoderaba de mí.
¿Cómo reconocería a mis víctimas?: por cierta expresión en la mirada que los identificaba. Hay, en cambio, quienes no tienen ni brillos ni sombras en la cara. A ellos, jamás pude robarles nada.
Tuve ilusiones de toda clase, aunque al principio mis preferencias fueron masculinas. Por eso despojé a algunos hombres y cargué con sus sueños de poder. No fue desagradable: fui sabio y militar, sucesivamente; tuve medallas y estatuas; subí al cielo como un cometa; sobre el piso de la realidad, me estrellé en mil pedazos, floté continuamente por el aire. Pero también robé ilusiones desesperadas. Como a aquel hombre que quería ser poeta.
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Hasta que llegó ella. La distinguí a lo lejos, con su cara iluminada, tersa, nostálgica. Pensé que era la mujer más bonita, agradable, simpática, que había visto en mi vida y que seguramente tanta belleza se debía a su ilusión. Me preparé para quitársela y cuando ella estuvo cerca, muy cerca, le noté la mirada tan tranquila, tan indolora, tan suave, que de repente entendí. Pero ya era demasiado tarde. La vi alejarse y me pareció oírla cantar. Simulaba tanta alegría y yo ahí, en medio de la calle, quedé con su ilusión de muerte, hecha un nudo en las entrañas.

Ocampo, Flama, “El ladrón de ilusiones”, en Argudín,
Yolanda y otros, Aprender a pensar leyendo bien,
México, Plaza y Valdés, 1998, pp. 155 y 156

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